A 200 años del Costa Concordia

Una embarcación encalla a causa de la acción de un capitán incompetente. Los pasajeros, en medio de un ambiente de pánico y desorganización, intentan ponerse a salvo en vista de que el capitán se ha desentendido completamente de ellos.
Con toda seguridad, esta descripción trae a la memoria el reciente naufragio del buque Costa Concordia frente a la isla del Giglio, pero también recuerda el terrible naufragio de una fragata francesa hace casi 200 años.
En junio de 1816 la fragata francesa Méduse partió hacia el puerto senegalés de Saint-Louis gobernada por el capitán De Chaumereys,  a pesar de carecer de experiencia en navegación. La nave fue perdiendo su rumbo hasta encallar en un banco de arena a 60 km de la costa de Mauritania. La Méduse llevaba 400 personas a bordo pero sólo había botes salvavidas para 250 personas. El resto de pasajeros fueron acomodados en una balsa construida apresuradamente, y que ya quedó semisumergida desde el momento en que subieron a bordo las 146 personas que debían ocuparla.
El capitán De Chaumereys fue izado a su propio bote con su sillón, su amante y con abundantes provisiones, mientras que los pasajeros de la balsa fueron abandonados a su suerte con una bolsa de galletas, dos recipientes de agua y unos barriles de vino. Sólo sobrevivieron 15 pasajeros de la balsa, tras haber pasado por asesinar a los que se amotinaban y practicar canibalismo con los cadáveres que aún no habían sido arrojados al mar.
El pintor Théodore Géricault terminó el óleo Le Radeau de la Méduse (La Balsa de la Méduse) tres años después del naufragio. Pensaba que lo reciente e impactante del suceso le ayudaría a impulsar su carrera. La pintura, exhibida por primera vez en el Salón de París en 1819 abrió una gran polémica, y se convirtió en un icono del Romanticismo francés.

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