El hombre que nunca quería

El poeta y ensayista Hans Magnus Enzensberger dedicó un extenso poema a Charles Darwin, del que extraigo algunos fragmentos:

CHARLES ROBERT DARWIN (1809 - 1882)

El hombre que nunca quería.
Sentía mareos de pisar la Tierra.
“Genial”, “innovador”, “apabullante”, “un titán”:
él no quería. Desde un principio
se resistió por todos los medios.
Náuseas, migrañas, hipocondrías.

La escuela, simplemente en blanco
[…] No comprende las matemáticas,
no retiene los clásicos […]

Se supone que va a ser médico:
no puede ver la sangre.
Lo quieren meter a cura:
no sabe latín.
Un negado. De todo se desentiende,
vacila, elude consecuencias […]

Y su famosa vuelta al mundo: casi a contracorazón
casi por error. Yace a bordo […]
Vértigo, inapetencia.
Reúne pruebas, datos, muestras.
Las convicciones se las guarda.
Un buen día lee a Malthus

nace El origen de las especies, se desarrolla
“de manera natural”, irrefrenable,
una especie nueva de ideas […]

Despacho de Darwin en su residencia, conocida como Down House.

La publicación de sus ideas no era la única decisión que Darwin necesitaba sopesar con minuciosidad y de manera racional. Cuando comenzó a pensar en el matrimonio, elaboró una lista que reflejaran pros y contras.

Si no me caso:
  • Libertad para ir a donde uno quiera […] sin la obligación de visitar a parientes, ni ceder a todos los caprichos.
  • Poder elegir compañía, y de esta, poca.
  • Ni gastos ni preocupaciones por los hijos.
  • Volverse gordo y ocioso.
Si me caso:
  • Niños (si Dios quiere)
  • Una compañera constante (y amiga en la vejez)
  • Los encantos de la música y la cháchara femenina. Éstas son cosas saludables, pero una pérdida de tiempo terrible.
  • ¡Por Dios!, resulta intolerable pensar en pasar la vida entera como una abeja obrera estéril, trabajando y trabajando, y después nada. No, eso no puede ser.
  • Piensa en lo que será tener una esposa cariñosa sentada en el sofá, con un buen fuego, libros y quizá música […]. ¡Cásate, cásate, cásate!
Ante la “evidencia” que se había demostrado a sí mismo, ahora la cuestión era la búsqueda de una esposa adecuada, aunque dicha tarea no le llevaría mucho tiempo ya que había una persona que reunía todas las cualidades que buscaba: su prima hermana Emma Wedgwood. Un día en que Charles daba un paseo por el jardín de la casa de su tío, mientras pensaba en el “problema de las especies” (como solía llamar a sus reflexiones sobre la evolución), pudo oír que Emma interpretaba una pieza de piano: la Sonata en La menor K310 de Mozart. Envuelto por la deliciosa música, se acercó sentándose junto a ella y le pasó un brazo sobre los hombros. Intentó hablar con Emma, hilando algunas palabras atropelladas de lo que se supone era una declaración de amor. Entonces Emma lo interrumpió y le dijo: "Charlie, además de ser el hombre más honesto que he conocido, eres el más lento".

Quizá esta característica de Darwin fuera absolutamente necesaria para abordar un trabajo de semejante calibre como el que se propuso: el estudio de la evolución de las especies como uno de los procesos más exasperantemente lentos de la Biología. Sin prisas y sin dirección aparente, aspectos que también definían la vida del joven Darwin a ojos de los suyos.


Fuentes:
- Hans Magnus Enzensberger, Los elixires de la ciencia, Anagrama, Barcelona, 2002.
- Tim M. Berra, Darwin. La historia de un hombre extraordinario, Tusquets, Barcelona, 2009.
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Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVgigantes.

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